El Papa pide a los consagrados que «sean motivo de salvación para los abandonados y descartados»

Les invita a ser «sembradores de esperanza y artífices de paz» frente a los «profetas de destrucción y condena»

«Sean motivo de salvación para ustedes mismos y para todos los demás, creyentes y no creyentes y, especialmente, para los últimos, los necesitados, los abandonados y los descartados». Francisco ya vuela de regreso a Roma. Antes de dejar definitivamente Egipto, Francisco quiso mantener un encuentro de oración con sacerdotes, religiosos, seminaristas y misioneros que trabajan, no sin dificultades, en el país.

El acto, que se realizó en el Seminario Patriarcal Copto-Católico de Maadi, era un encuentro deseado, que sirvió para fortalecer la confianza de estos hombres y mujeres, que se dejan literalmente la piel luchando para que la semilla del Evangelio siga en pie.

Tras agradecer a los religiosos haberse convertido en «el corazón de la Iglesia católica en Egipto», y su testimonio «por el trabajo que lleváis a cabo día a día», Francisco recordó a los consagrados que «quien huye de la cruz, escapa de la Resurrección«, y que no teman a trabajar sin frutos aparentes, pues «nosotros recogemos los frutos de otros hermanos».

«En medio de tantos motivos para desanimarse, de profetas de destrucción y condena, sean una fuerza positiva, sean la locomotora que empuja el tren para adelante. Sean constructores de puentes, sembradores de esperanza, artífices de paz y de concordia«, clamó el Papa, quien alertó de siete tentaciones que acechan a la vida consagrada.

En primer lugar, «la tentación de arrastrarse y no guiar». «El buen pastor tiene el deber de guiar a su grey, no se puede arrastrar por la desilusión y el pesimismo». ¿Cómo hacerlo? Con «creatividad», aunque «nuestro corazón esté roto, deben saber ser padres cuando los hijos les tratan con gratitud, y especialmente cuando no son agradecidos. Nuestra fidelidad al Señor no puede depender nunca de la gratitud humana».

En segundo lugar, «la tentación de lamentarse continuamente», pues «es fácil acusar siempre a los demás por las carencias de los superiores, las condiciones eclesiásticas y sociales, por las pocas posibilidades. Pero el consagrado es quien transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa. Quien anda siempre quejándose, en realidad no quiere trabajar».

En tercer término, «la tentación de la murmuración y de la envidia». «Esta es fea, ¿eh?», advirtió el Papa, quien denunció que cuando el consagrado, «en vez de ayudar a los pequeños a crecer, se deja dominar por la envidia y se convierte en uno que hiere a los demás, se pone a destruir a los que están creciendo». «La envidia es un cáncer que destruye, en poco tiempo, cualquier organismo», también la Iglesia. «Por la envidia del diablo, entró la muerte en el mundo. La murmuración es el instrumento y el arma», recordó.

En cuarto lugar, señaló el Papa, «la tentación de compararse con los demás». Frente a ello, recoró, «la riqueza se encuentra en la diversidad de cada uno de nosotros. Compararnos con los que están mejor nos lleva al resentimiento; compararnos con los que están peor, nos lleva a caer en la soberrbia y la pereza. Quien se compara con loo demás, termina paralizado».

En quinto lugar, «la tentación del ‘faraonismo'». «¡Estamos en Egipto!», bromeó el Papa, quien incidió en que «el antídoto ante este mal, que ya le ocurría a los discípulos, la dio Jesús: quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos».

En sexto lugar, la «tentación del individualismo. Como dice el dicho egipcio, ‘después de mí, el diluvio’. Es la tentación de los egoístas, que por el camino pierden la meta, y en vez de pensar en los demás, piensan solo en sí mismos».

Y, finalmente, «la tentación de caminar sin rumbo y sin meta», que hace que «el consagrado pierda su identidad, olvide su primer amor, llegue a la mundanidad».

«Resistir a estas tentaciones no es fácil, pero es posible si permanecemos en Jesús», concluyó el Papa, quien propuso siete remedios: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia y dominio de sí». Y valentía, «y adelante con el Espíritu Santo».

ACI Prensa

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